Leyendo en Halón disparado me encuentro con el siguiente viejo viejísimo pero acertadísimo comentario:
Dos gobiernos europeos han encargado recientemente a una compañía americana suficientes cartuchos como para matar a ciento cincuenta millones de hombres. Es a través de pequeños incidentes de ese tipo la manera en la que vislumbramos de vez en cuando el progreso de la civilización cristiana, y obtenemos una noción justa de lo que el evangelio de paz en la tierra y de buena voluntad hacia los hombres ha hecho en sólo dieciocho siglos.
Almacenadas hoy en los arsenales de las naciones cristianas más ilustradas hay suficientes balas para matar a todos los hombres, mujeres y niños sobre la tierra. Hablemos de paz, hermanos míos –elevemos nuestras colas, nivelemos nuestras orejas, bajemos nuestras mandíbulas y cantemos tonterías piadosas de calidad superior sobre la influencia humanizante de nuestra bendita religión. ¡Toma!, hay más cristianos asesinados por cristianos en una década que paganos por paganos en diez. Y cada vez va a peor. El siglo pasado fue el más sangriento, pero fue superado por la primera mitad del presente, a la que los primeros veinticinco años de la mitad restante excedieron en terror. Puedes evangelizar el mundo con la profundidad de un pie y agitar los tirantes de los pulmones “saludando el amanecer de una nueva era”. Puedes desencajar los brazos componiendo falsos remedios para la guerra. Puedes mimar cualquier engaño que prefieras, y publicar tu propia receta de dulce sagrado. En cuanto a mí, continuaré saludando a todos los varones cristianos recién nacidos y les daré el tratamiento de coronel.
* Ambrose Bierce. En 1885
¡Qué poco ha cambiado el mundo, señores!