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País civilizado donde los haya…

Foto tomada hace un mes en la alcazaba de Almería, sobre las 5 de la tarde. Lo curioso es que un poco más arriba hay unos bellos, limpios, modernos y gratuitos servicios públicos. Un dechado de civilización este puto país… Luego nuestro presidente quiere hacer alianza de civilizaciones y aún no se ha dado cuenta de que para eso se necesitan civilizaciones, y no sólo buenas intenciones, palabritas y decretazos empobrecedores de la sociedad, la cultura y la economía, perdón, econo-suya.

He dicho.

Lanzarotadas

El viejo adagio «haz lo que digo, no lo que hago» es perfectamente válido como explicación a este cartelito que lo chicos de ayto. de Salamanca, en su encomiable labor de destrucción de la ciudad, nos han colocado. Bueno, la idea habrá sido de su agencia de publicidad (propiedad de algún colega, sin duda) y se encontraba no hace mucho, en el paseo de la estación.
Gentes que paseáis la ciudad, daos cuenta de que se puede ser sostenible gastando los dinerillos en estúpidos carteles luminosos.

Guía «Galguín» de restauración

Si la marca de neumáticos (cuyo nombre ha pasado en el acerbo popular a significar lorza de grasa) tiene una guía de dónde se come bien, inauguro hoy una nueva guía de justo lo contrario, de dónde se come para convertirse en galgo. Si alguien se pregunta la razón de que se un galgo pues será respondido con que en estas fechas los perros y otras mascotas son vilipendiados por sus dueños y sometidos a abandono cruel. Por eso pasan hambre y penurias a los que quiero rendir homenaje desde aquí.
Pero no nos desviemos del tema, queridos lectores, que la razón que nos trae esta noche al blog no es otra que la venganza y el aviso. Venganza contra la cutrería miserable de un hostelero y aviso de navegante para que otros «pardillos» eviten caer en las redes de «El molino rojo» sito en la calle Gabilondo 15 de Valladolid.
Esta noche nos han soplado 33,15 por dos pinchos morunos tamaño estándar, cuatro cañas y una ración de bonito con pisto. Los pinchos, entre los dos y su guarnición (lechuga, pimientos de bote y dos (2) setas chicas) llenaban un plato de 25 cm. a duras penas (la lechuga hacía un buen tercio). El plato estrella, de similar tamaño, exhibía una fina capa de pisto y unos medallones (5) de bonito que entre los cinco no hacían media rodaja, osea, en esta época, un euro (1) de pescado. Da la casualidad que hace tres días compré una generosísima rodaja de bonito de mayor peso que los cinco miserables medallones mencionados que me costó dos euros. La espectacularmente ridícula ración de bonito con pisto valía la friolera de 14 del ala.
La conclusión que saco, señores, es que en este puto país sigue habiendo más listos que personas y más chorizos fuera de la cárcel que dentro. La hostelería tiene aún mucho que aprender en cuanto a trato y equidad. Un cliente no es un «panoli» al que se deba estafar porque, total, no lo conozco y no va venir más. Un cliente somos todos en algún momento. Ya está bien de dar el palo, robar al fin y al cabo, y quedarse tan ancho como si cuando se echa limosna.
Podría, y quizá debería, haber pedido el libro de reclamaciones y hacer constar la pequeña estafa. Pero no me oiría más que el inspector de turno de la Junta de Castilla y León. Prefiero usar la red y evitarle a futuros clientes por este medio, el disgusto. Lo haremos los cuatro presentes también de viva voz.
La conclusión, señor propietario del «El molino rojo» es clara y evidente. Ganar de forma fraudulenta unos pocos euros le ha hecho perder más allá de unos cientos. Se lo merece.
Queda inaugurada esta guía.

Autoexplicativo

No me resisto a sacar del olvido esta foto que tome en las fiestas de San Juan en Ciudadela (Menorca) el año 2009. El cartel está atornillado y bien atornillado a la puerta del servicio del bar, plastificado además. Si se viese el suelo se podría perdonar que, al menos en el de chicas, entrasen dos personas. Pero bueno, sus razones, más que evidentes, tendrá el dueño para hacer estas cosas.

¿Gracia o desgracia?

Vivimos tiempos en que, alentados desde los medios de comunicación, campan la vulgaridad y la chabacanería por doquier. Fue gracioso, en su momento, que alguien pusiese a unos espárragos de nombre lo que entendían era el adjetivo que mejor los definía. Me refiero a los «Cojonudos» que todo el mundo conoce y ha degustado. Luego parece que ha proliferado aquello de «yo la tengo más larga» y paso tu nombre a los anales de lo fino y delicado. Ejemplo que ilustro con estas botellas de licor de la foto tomadas en Asturias hace unos días. Huelga decir que no las he probado porque no me atrevía a entrar a la tienda y decirle que me diera «una botella de licor hijoputa» no sea que me entendieses «una botella de licor, hijoputa» y acabásemos en el juzgado de guardia. Quizá no me atreviese, ahora que lo pienso, por aquello de que somos lo que comemos y bebemos. Quizá, en última instancia, si lo llevase de regalo o lo pusiese en la estantería de casa me quedase sin los pocos amigos que la crisis y los niños van dejando. O quizá, quien sabe, debería haberlo adquirido y pasar a formar parte de las belenesteban de este país que se ganan bien la vida sin más que chillar y pregonar a los cuatro vientos que la incultura, amigos y amigas lectores, es fruta de todo tiempo, de buena cosecha, poco riego y ácidos jugos.
licor_hijoputa

Otra escena asturiana…

Esta vez tomada en Cangas de Onís, un logotipo para una nueva serie: «Logotipos poco afortunados». El diseñador, obstinado en la pesca de un buen logo y un buen emolumento por el logo no reparó en el parecido que tiene el pescador con el chorro a 45º (alcance máximo en el lanzamiento) que todos hemos intentado de tiernos infantes, de borrachos impenitentes y sobre todo de aburridos incombustibles. Fruto directo casi siempre de haberse trincado un «campanu».

Las hordas rojas

Confieso mi animadversión a todo tipo de espectáculo (sea cual sea) cuyo efecto en las personas sea la de transformarlos en borregos a ultranza. Y me da igual que se un partido de fútbol, un concierto, una procesión o una corrida. No hago distinción puesto que todos y cada uno hacen de la conciencia algo supérfluo, eliminan la libertad, molestan a los congéneres y encima hay que callarse porque los energúmenos son capaces, en su exaltación, de cualquier tropelía. Ya no quiero ni mencionar el dinero que estas cosas cuestan a las arcas públicas, porque resulta irrisorio frente a las ingentes cantidades que los políticos a los que votamos son capaces de robarnos. Hasta sus propios medios de comunicación son ya incapaces de tapar estas vergüenzas.
Acompaño una fotito en la que, observen, mucho «diseño», mucha «poesía» y poca ortografía. Vamos que dice mucho de los autores de la idea, de los confeccionadores de ella y en general del paupérrimo nivel mental que tienen los individuos/as que circulan por las calles.
No puedo, sin embargo, acompañar una imagen que contemplé según volvía a casa en el preciso instante en que el gol hacía mella en las gargantas de medio país. Un gitano cincuentón, morenazo, barbudazo y descuidado salía banderita española en mano a la calle a gritar aquello de «España, España». Joder, me dije, el fútbol como elemento de integración de una raza que nunca ha reconocido ni país, ni dueño, ni fronteras…
¡Vivir para ver! Han pasado dos mil años desde tiempos de Calígula y fíjense que todo sigue igual, al pueblo para mantenerlo contento «pan y circo» pero como decía uno que yo me sé, «Joder que poco pan y que mal circo! Ahora las fieras están en las gradas y de naumaquias ni hablar.

La guarra ataca…

En Mogarraz (Salamanca) y en algún otro pueblo como La Alberca, tienen un cerdo comunitario que alimenta el pueblo y que circula como pedro por su casa por calles y plazas. Al final del año lo rifan y san martín hace de las suyas dando con el bicho en la mesa de sacrificio. El domingo pasado acerté a pasar por el Mogarraz a la hora de los calores y me encontré a la bicha dormitando entre sol y sombra, ataviada con sus colores en la frente y la bandera en la cintura, como cualquier anodino cotizante de hacienda.
Si los alemanes tienen su pulpo estos tienen su cerda. O igual es que los seguidores de la roja son cerdos, o igual es que los humanos son cerdos, o igual es que los cerdos siguen la moda…
Nótese que esta última afirmación viene corroborada por los anillitos que el animalito luce y sufre en su jeta, cual adolescente que se piercing, perdón que se precie. No tuve tiempo de comprobar si también lucía su tatuaje de rigor (perdón, tatoo, que mola más).
P.S.: ¿No debería ser un delito de injuria a la bandera semejante acto? La verdad que no le veo mucha diferencia a pisotearla, limpiarse con ella o quemarla, pero como no vamos a ser más papistas que el papa y juzgar a Fuenteovejuna digooooo a Mogarraz.

¿Arde la red?

Este no es un blog de política o al menos no es su única intención. Lo que ocurre es que a veces las estupideces y la política van de la manita repartiendo leña a diestro y siniestro (nunca mejor dicho). Haremos hoy una excepción o mejor dos, porque la otra es hacer caso a una cadena de correo-e.

Por ese medio me ha llegado, como a muchos, una cadena que no sólo no he borrado sino que pongo en estas páginas a ver si con el calor de tanto cabreo se le ponen rojas las mejillas a algunos de los políticos de este país, ya que con la vergüenza no se puede porque visto está que ni la tienen ni saben de qué color es. Se conoce que es las únicas premisas para dedicarse a la política en estas tierras son careces de vergüenza y dejarse extirpar los escrúpulos con anestesia, eso sí, en forma de jeringazos millonarios.

PPSOE

  • INDECENTE, es que el salario mínimo de un trabajador sea de 624 €/mes y el de un diputado de 3.996, pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes.
  • INDECENTE, es que un profesor, un maestro, un catedrático de universidad o un cirujano de la sanidad pública, ganen menos que el concejal de festejos de un ayuntamiento de tercera.
  • INDECENTE, es que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca (siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura).
  • INDECENTE, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años para percibir una jubilación y a los diputados les baste sólo con siete, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesiten jurar el cargo.
  • INDECENTE, es que los diputados sean los únicos trabajadores (¿?) de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF.
  • INDECENTE, es colocar en la administración a miles de asesores (léase amigotes) con sueldos que ya desearían los técnicos más cualificados.
  • INDECENTE, es el ingente dinero destinado a sostener a los partidos, aprobado por los mismos políticos que viven de ellos.
  • INDECENTE, es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (ni cultural ni intelectual).
  • INDECENTE, es el coste que representa para los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes (siempre en gran clase) y tarjetas de crédito por doquier.
  • INDECENTE, no es que no se congelen el sueldo sus señorias, sino que no se lo bajen.
  • INDECENTE, es que sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año.
  • INDECENTE, es que ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del ERARIO PÚBLICO.

Y añado de mi propia cosecha:

  • INDECENTE es que la gente salga a la calle a celebrar los partidos ganados por «su» equipo y no salgan a defenderse de las tropelías que se cometen a diario en sus carteras.

Como decía uno que yo me sé, PAN Y CIRCO, HERMANO, PERO QUE POCO PAN Y QUE MAL CIRCO.