Los publicistas viven en su mundo ideal, como los arquitectos y muchos diseñadores de moda. No tienen la vergüenza de mostrar las bobadas que se les ocurren y por las que, dicho sea de paso, cobran buena pasta. Ejemplo de ello es la bobada que se le ocurrió al gabinete de diseño de los Paradores nacionales para anunciar no-se-que-saca-cuartos nuevo. Lejos del boato y la fina realización a mi me sigue pareciendo a los estuches de azúcar que lucen «envasado especial para esta casa» y que son iguales en todos los bares. O sea, la exclusividad de la mediocridad.