Cada día me resulta más difícil no pasar por tonto, no ser engañado, tener una mínima conciencia de la realidad que me circunda. La publicidad hace de palanca en los cerebros de los modos más insospechados para lograr el único fin que actualmente parece importar: la pasta. Les presento un manifiesto engaño dentro de los límites de la legalidad, para que nadie pueda echarse las manos a la entrepierna y denunciar a nadie. Quedan lejos los tiempos de las marcas como SONYA, SANKYO ó sus innumerables variaciones que atraían a los incautos compradores que no prestaban demasiada atención a la grafía de las marcas. Un coladero de productos que vivían (y viven) a la sombra del prestigio de los grandes. Pero no es la única forma de dispersión, no. Existe esta otra, la del impacto visual del producto más allá de la marca. Es el caso de este paquetito de P. COCIDO cuya imagen enseguida nos hace pensar en el pulpo, pero que, como se puede comprobar nada más dar la vuelta al paquete, se trata de POTÓN DEL PACÍFICO, producto mucho más barato, menos vendible por su nombre y que se hace pasar en muchos bares de pinchos por el afamado pulpo. El potón es un cefalópodo de considerable tamaño cuyo sabor es bueno y su textura agradable siempre que se cocine bien. Tengo amigos que afirman no poder distinguirlo del pulpo. Se da la casualidad, eso sí, de que en el lugar donde lo compré el cartel hecho a mano que anunciaba la oferta (1 kg. por 5 euros) ponía claramente PULPO COCIDO. Puedo pensar que debido a un perdonable error el comerciante había picado (con p.) como es la pretensión evidente del cartel. No así en otro lugar en que el más cauto vendedor había repetido la patraña del p. con toda naturalidad.
La p. de picaresca sigue vigente hoy más que nunca, de modo que hay que andarse con cuidado para no picar (con p.) en las patrañas (con p.) de la publicidad (con p.) y que nos den p. por pulpo, digoooo, gato por liebre.