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71 años

Hoy se cumple el 71º aniversario de uno de los dos bombardeos atómicos con los yanquis salvaron el mundo (según ellos, claro). Si alguien lo ignora las dos bombas atómicas lanzadas eran distintas. Si alguien quiere saber el porqué de que lo fuesen es sencillo: había que probar los dos diseños. Uno (el del día 9) era más complicado pero como ya se había demostrado el poderío y funcionamiento del diseño fácil el día 7 en Hiroshima, quedaba por probar qué tal mataba gente el otro diseño, el del Fat Man (hombre gordo) y de dejó caer sobre Nagashaki. No era su destino inicial, pero una niebla sobre Kokura hizo que no pasase a la historia infame del ser humano.

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Queden sobre nuestras conciencias, las de todos. Las de los que estaban allí y no hicieron nada para evitarlo, las de los que alguna vez se han alegrado, las de los que piensan que la guerra es buena y en general las de todos los que no nos partimos los cuernos para que estas cosas dejen de pasar de una puta vez.

La foto que ilustra el comentario está hecha en Medina del Campo de Rioseco (Valladolid).

La estupidez de las estupideces

Esa ha sido, sin duda, el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre la población civil de un país ya vencido y a punto de claudicar. En la primera de ellas unos 220.000 muertos entre ambas. Según documentos que hoy están siendo desclasificados se sabe que el uso de las bombas no era necesario para la rendición de Japón y que fueron usadas para evitar que el ejército ruso se apuntase el tanto de la rendición en una operación que estaba programada (y se hizo) el 9 de agosto.

Fue un alarde de fuerza, un asesinato masivo cometido para dejar claro para el futuro quién era el que mandaba. Y así nos va.

No dejen de llorar por los inocentes muertos en esta fecha. Infórmense aquí.

Y no dejen de llorar también por los palestinos que sufren hoy el horror de un holocausto provocado por aquellos que lo sufrieron. Queda demostrado que el ser humano no tiene remedio. Lo vemos cada día, a pesar de que haya gente que aún tiene corazón y coraje para decir las cosas. ¡Bravo por Norman Finkelstein!