Siguiendo la estela de candaditos de «El malvado Margarito», aquí les presento una escena tomada en una de las entradas laterales del jardín botánico de Oporto. Curioso el cartelito que prohibe (ejem) la entrada al público en uno de los accesos laterales. Hay dos fotos para que se pueda apreciar la belleza de la decadencia que tanto atrae en el país vecino. Y luego, a continuación un detalle del «cierre» que -pretendidamente- impide la entrada. Para flipar.
Cuando digo españoles digo también españolos y españolas, claro, y en general hispanoparlantes. Este puente de Dublín, por alguna razón desconocida para el que escribe, es el blanco de algunas pintaditas hechas en sus hierros y, cómo no, de la costumbre de colocar candaditos en él. Parece que todo empezó en el Pont Neuf de Paris, investiguen el origen de la estúpida costumbre en algún rato libre. El caso es que los candados intentan simular el amor. Mal vamos si a nuestra pareja le regalamos la ligazón en lugar de la libertad, así luego nos va como nos va. Los ilusionados amantes suelen poner nombres en las piezas metálicas y también hacerse autorretratos (selfies les llaman ahora) en el acto de imitar la estupidez ajena con su propia aportación. Lamentables tiempos, de verdad.
En la foto se puede apreciar además (y quizá hasta leer) alguno de los mensajes escritos en el hierro que ha dejado el turisteo, sobre todo hispanoparlante.
Bello ejemplo de cómo anda la sociedad. Foto tomada hace unos días en el centro de Valladolid, en Teresa Gil, junto a la tienda Xocoa dedicada a la venta de variantes de este producto. Desde luego el enjuague preparado por el cartel y el lugar de anclaje no deja insensible. Nótese la dicotomía producto-basura, la flechita que dirige la atención hacia la papelera, como indicando el lugar natural de las bolitas marrones, así como la paradoja inmediata tentación-candado. Se podría cambiar el eslogan «¿Puedes resistir la tentación?» por otra frase como «Deposite aquí la mierda de su perro». Bueno habría que añadir un guantelete en la mano para evitar lo evidente, pero la publicidad sería igualmente válida. Igual con la crisis, hay que empezar a reciclar también los mensajes publicitarios.