Visto en Moguer, en la feria, hace unos días. El deleznable espectáculo digno de un país decimonónico como este en el que se permite atar indefensos animalitos a la noria para que las bestias humanas den vueltas mientras los padres miran deleitado cómo las criaturas van entrando en el mundo salvaje, despiadado, ancestral que hay que proteger a toda costa: «es que son tradiciones». No me enredo más porque bien cerca de donde escribo, en Tordesillas, aún van más lejos haciendo el salvaje.