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Negocios de altos vuelos

Había un bar en la calle Hermosilla de Madrid llamado «El avión». Era un sitio espectacular donde un pianista cojo (César) fumaba un celtas tras otro, mientras las gentes que allá acudíamos hacíamos compañía a nuestras copas con enormes platos de pipas que con ellas nos regalaban. Entre las brumas del tabaco (aún se fumaba en los bares) y las músicas del anciano César acompañado por una vetusta caja de ritmos el ambiente era de lo más amigable. Uno de esos sitios que en las grandes ciudades hay, en los que por el aspecto de la puerta nunca entrarías, pero que traspasado el umbral de temor (motu propio o arrastrado) ya apuntabas mentalmente en la agenda y, cuando el tiempo y las finanzas lo permitían, volvías tan contento. Es una lástima no haber hecho alguna foto, pero es que estaba muy ocupado con una novieta madrileña que en aquellos tiempos me hacía caso, tan bella como pacata, tan pacata como timorata, tan timorata como bella.

Me vienen estos recuerdos ahora a la cabeza, y quien en ellos quiera ahondar puede hacer una búsqueda en Sanguguel con las palabras mágicas «el avion hermosilla madrid» y verán la cantidad de entradas que hay. Fotos, eso sí, apenas de la entrada (cerrada) y del solar donde estuvo.

Pero yo quería hablarles de otro avión, uno cuyos restos encontré en Pontevedra hará unos cuatro o cinco años. Restos que son (o que fueron) de un negocio de hostelería que algún imaginativo y atrevido empresario montó en su momento. En la colección de fotos que les regalo pueden apreciar el lugar, la construcción y el lamentable estado de deterioro que tenía ya hace cuatro años y pico. Al menos este ha sobrevivido, porque otros negocios de parecida jaez ya ni existen. Es el caso de uno que había en la N-630 más allá de Hervás, si no recuerdo mal. Este era un avión de verdad, un DC y pico, que había sido anclado en tierra a unos metros de altura, cuyo interior había sido vaciado para servir de barra y al que se accedía a través de una escalera de mampostería que se iniciaba en el interior de la parte «formal» del negocio, ésta en tierra. Como curiosidad les diré que se podía acceder a la cabina de mando, que conservaba tanto la relojería de a bordo como los asientos, volantes de mando, pedales e incluso los auriculares. Todo un lujo para los niños que por allí pasábamos. Desapareció la máquina ex-volante hace muchos años, pero creo que aún estaba el local (incluso con el mismo nombre). La próxima vez que pase por esos lares (dentro de cinco o seis días), me fijaré para mantener informado a tan abnegado como reducido conjunto de lectores/as.

Hala, les dejo con las fotos: