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Visto y no visto

Los relojes de sol exhiben muchas veces frases lapidarias que tienen como misión recordar lo efímero de la existencia humana, al estilo de «Tempus fugit» (el tiempo vuela). En Alba de Tormes (Salamanca) reza «Homo velut umbra, fugit», (el hombre se desvance cual sombra).

En Annecy hay un reloj de sol al borde del lago que he fotografiado por ambos lados, puesto que la frase o chascarrillo recordatorio tiene dos partes. «L’eternité depend de une…» (la eternidad depende de uno), y en el otro lateral «Une… de plus, Un… de moins»(uno más, uno menos). Dicen los cachondos si mis exiguos conocimientos de francés no me engañan.

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Y el otro día la vida me vino a demostrar la veracidad tamaña de las frases y las enseñanzas de los relojes de sol. Ocurrió en Barco de Ávila, donde el Acechor, su Acechora y el putoperro pasaban un rato de asueto sabatino. Hete aquí que al parar y sentarme en la calle esperando a que la Acechora adquiriese sendos frascos de confituras exóticas, oigo un sordo estrépito a mis espaldas al que no doy mayor importancia aunque al cabo de unos tres o cuatro segundos me acaba alarmando.

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El fragor callado me sorprende al volver la mirada con una pieza de canalón de dos plantas de longitud que se dirige con precisión hacia el lugar donde estaba aposentado. Salí corriendo con la presteza que la situación requería de tal guisa que cuando la pieza alcanzó el suelo ya me encontraba a unos 5 metros del lugar de peligro, desde donde tomé la foto. El pánico me vino al poco, al comprobar que el ruido que había escuchado, ese sordo fragor, había procedido del hundimiento parcial del techo que pudo hacer de este que escribe papilla, migas o picadillo. Fosfatina, como gustaba de decir mi padre.

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Vean el detalle de lo que se venía encima para convertirme en uno menos, pero que me dejó seguir un rato más dándoles la paliza a ustedes, abnegados lectores y lectoras.

La postalita completa la muestro a continuación como deleite de lo que pudo ser y no fue, advertencia a la par, de que aquellos que pasen por la calle mayor de Barco de Ávila, hagan un recorrido disuasorio por la cuenta que les tiene.

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Y hablando de tapias que caen, me acuerdo de un caso muy mentado en que se vieron implicados un hombre, una gallina y una tapia. Tan tremendo acontecer pasó, y no es leyenda urbana, tiempo atrás cuando un paisano gallego retozaba con una gallina (contra la naturaleza y voluntad del volátil) cuando, por las trepidaciones propias del animal acto, una tapia en la que se apoyaba cayó al suelo con gran estrépito dejando allí planchados al pecador y a su víctima para regodeo de periodistas y escarnio de familiares. Pensaba hasta hoy que sólo se trataba de leyendas urbanas, pero en la investigación que he hecho para escribir este larguísimo texto, he descubierto la foto, y el acceso a la noticia original publicada por «El faro de Vigo» el 11 de diciembre de 1990.

Nasnoches…