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Este país…

… no tiene remedio. Se muere el jefe de la iglesia católica, cuya sede está en Italia, el hombrito era argentino, y se supone que este país nuestro es laico, pero declara tres días de luto nacional. Ya no nos vale con dar las condolencias y -en su caso- asistir a la inhumación del finado con los gastos y tiempos que conlleva. No. Tenemos que declarar luto nacional como si se tratase de una gran desgracia por accidente o otra catástrofe. Por ejemplo, y por hacer un poco de uso de la hemeroteca: se declararon 10 días de luto nacional por la muerte de todas las casi 75000 personas que fallecieron por el Covid (ver esta noticia):

El Instituto Nacional de Estadística ha publicado un informe con las defunciones en España en 2020, un año marcado por la pandemia en el que fallecieron 493.776 personas, 75.073 más que en 2019, con los mayores incrementos en abril (81,9%) y marzo (59,3%), justo al
inicio de la crisis sanitaria, y también en noviembre (un 21%).

Matemáticamente: 1 día de luto por cada 75000 personas, o sea, que un jefe de iglesia (al menos de esta) vale como 225000 personas (75000×3). No está mal. Quizá el cálculo se haya hecho teniendo en cuenta el gasto que ocasiona al erario público. Quizá no.

La depravación humana alcanza clímax increíbles

Para aquellas gentes de bien que aún confíen un mínimo en el ser humano (nótese que lo pongo con minúsculas) traigo la referencia a un artículo reciente de Santiago Alba Rico, en que se puede apreciar al punto que la degeneración de las sociedades humanas están llegando. Por supuesto que las cosas pueden empeorar, pero cada vez el límite de depravación está más cerca de alcanzarse. Lamentable y triste darse cuenta de que los habitantes de las míticas Sodoma y Gomorra no eran más que tiernos infantes en inocentes juegos.

Lean el articulito en cuestión.

Visto y no visto

Los relojes de sol exhiben muchas veces frases lapidarias que tienen como misión recordar lo efímero de la existencia humana, al estilo de «Tempus fugit» (el tiempo vuela). En Alba de Tormes (Salamanca) reza «Homo velut umbra, fugit», (el hombre se desvance cual sombra).

En Annecy hay un reloj de sol al borde del lago que he fotografiado por ambos lados, puesto que la frase o chascarrillo recordatorio tiene dos partes. «L’eternité depend de une…» (la eternidad depende de uno), y en el otro lateral «Une… de plus, Un… de moins»(uno más, uno menos). Dicen los cachondos si mis exiguos conocimientos de francés no me engañan.

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Y el otro día la vida me vino a demostrar la veracidad tamaña de las frases y las enseñanzas de los relojes de sol. Ocurrió en Barco de Ávila, donde el Acechor, su Acechora y el putoperro pasaban un rato de asueto sabatino. Hete aquí que al parar y sentarme en la calle esperando a que la Acechora adquiriese sendos frascos de confituras exóticas, oigo un sordo estrépito a mis espaldas al que no doy mayor importancia aunque al cabo de unos tres o cuatro segundos me acaba alarmando.

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El fragor callado me sorprende al volver la mirada con una pieza de canalón de dos plantas de longitud que se dirige con precisión hacia el lugar donde estaba aposentado. Salí corriendo con la presteza que la situación requería de tal guisa que cuando la pieza alcanzó el suelo ya me encontraba a unos 5 metros del lugar de peligro, desde donde tomé la foto. El pánico me vino al poco, al comprobar que el ruido que había escuchado, ese sordo fragor, había procedido del hundimiento parcial del techo que pudo hacer de este que escribe papilla, migas o picadillo. Fosfatina, como gustaba de decir mi padre.

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Vean el detalle de lo que se venía encima para convertirme en uno menos, pero que me dejó seguir un rato más dándoles la paliza a ustedes, abnegados lectores y lectoras.

La postalita completa la muestro a continuación como deleite de lo que pudo ser y no fue, advertencia a la par, de que aquellos que pasen por la calle mayor de Barco de Ávila, hagan un recorrido disuasorio por la cuenta que les tiene.

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Y hablando de tapias que caen, me acuerdo de un caso muy mentado en que se vieron implicados un hombre, una gallina y una tapia. Tan tremendo acontecer pasó, y no es leyenda urbana, tiempo atrás cuando un paisano gallego retozaba con una gallina (contra la naturaleza y voluntad del volátil) cuando, por las trepidaciones propias del animal acto, una tapia en la que se apoyaba cayó al suelo con gran estrépito dejando allí planchados al pecador y a su víctima para regodeo de periodistas y escarnio de familiares. Pensaba hasta hoy que sólo se trataba de leyendas urbanas, pero en la investigación que he hecho para escribir este larguísimo texto, he descubierto la foto, y el acceso a la noticia original publicada por «El faro de Vigo» el 11 de diciembre de 1990.

Nasnoches…