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El auto-bombo

En elviva-mi-dueno-puente-congosto-salamanca mismo lugar donde dejan verracos milenarios en las calles a expensas de turistas, como se puede ver en el comentario anterior, encontré esta lindeza. Un dintel de piedra tallado con la inscripción «Viva mi dueño». Por la edad de la mayoría de los dinteles de granito que lucen las puertas de ese pueblo se podría decir que esta obra es de finales del siglo XVIII o principios del XIX. Hay que reconocer que la tolerancia debía imperar en el pueblo puesto que semejante bobada convive con textos laudatorios a vírgenes o instituciones religiosas. Da gusto, al menos, ver que los paisanos también tenían sentido del humor, cuando se lo permitían, claro.

Me pregunto si Don Ramón María del Valle Inclán tomo referencia de esta piedra para dar vida al segundo tomo del «Ruedo ibérico» llamado «Viva mi dueño«, si como parece, la piedra es anterior al libro.

Más burros no pueden ser

sobre-el-verracoVivimos una época en que la estupidez generalizada de la población hace ya imposible una regresión del destrozo medio-ambiental. La educación brilla en las televisiones en los ojos de los pazguatos que por allí pululan y que demuestran su valía a voces, insultos y desprecios. Y la gente de la calle que ve esos espectáculos como modelos convierte la estulticia en infinitas formas a cada cual más vulgar e irrespetuosa.
Los imbéciles de la foto (me faltaron 3 segundos para pillarlos bien) estaban subiendo a un niño de dos o tres años al verraco milenario que adorna una plaza del Puente del Congosto (Salamanca). Ese verraco no debería estar ahí, eso está claro, pero tenemos ayuntamientos más preocupados de recalificar terrenos que de asegurar el futuro cultural, de modo que, bueno, el verraco está en el suelo, sujeto con cemento y sin protección, sin indicación de su valor ni nada que se le parezca. Vamos, que tampoco me extraña que el mamarracho medio español no lo distinga de un trozo de granito caído del cielo. Claro, suben al niño sin pensar que la repetida acción acabará con una piedra que debería estar en el museo provincial o local, pero que acabará como tanto patrimonio, en las fauces voraces de las excavadoras camino de algún vertedero, escombrera o como relleno de cimientos de algún adosado.

¡Me cago en los turistas, en los imbéciles y en los políticos deleznables que tenemos en este país!